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11.12.2018 Ensayo

 

Para I.

El Tepehuaje es un árbol rugoso, oscuro, tosco. Muchas veces pasa desapercibido, salvo por su sombra que actúa como tejido conectivo entre muchos seres. Cuando unx se para debajo de un Tepehuaje, su sombra forma un continuo a partir de fragmentos: vemos las hojas en silueta en el piso, vemos a sus lados hierba y flores; hacia arriba sus ramas, algunas aves; hacia abajo la tierra, bichos. Escarbamos un poco entre las ramas, arriba, y vemos un mundo que se aparece. Volteamos a nuestro alrededor y vemos porque sentimos a otras criaturas que comparten destino en la sombra. ¿Qué más compartimos? ¿Quiénes son esas especies? ¿Qué orden nos agrupa? ¿Nos antecede? ¿Siquiera nos incluye? Miramos que nos miran porque sentimos que nos sienten. Algo de abrazo y tacto hay en la sombra, y algo de tacto en los rayos que se cuelan. Arriba y abajo y a los lados hay comunidades. 

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En el Tepehuaje que tengo enfrente, hay diecisiete bromelias posadas. Parece que fueran a levantar vuelo después de un descanso. Si unx se asoma a ellas, encuentra agua, hojarasca, insectos, arácnidos y cuando empiezan las lluvias, se ven ranas y luego pequeñas lagartijas. A estas bromelias que veo les llaman “tanque” por su forma y porque almacenan seres y materia orgánica. Son casas que están encima de otra casa. Estas bromelias que crecen acompañando al Tepehuaje, son del género Tillandsia. Las plantas epífitas, contrario a lo que se cree comúnmente, no son parásitas: se agarran fuertemente con sus raíces pero no le roban nutrientes a su hospedero, es decir, las bromelias “usan” como soporte al Tepehuaje pero no se alimentan de él. A veces caen por su peso o por el viento fuerte pero no quiere decir que estén muertas. Las bromelias pueden sobrevivir un tiempo sin su hospedero (forofito) aunque más valdría ponerlas pronto en una rama que les guste.

Estas comunidades están en las ramas, en el elemento aire. Abajo, en tierra, el Tepehuaje construye otras relaciones.

El Tepehuaje pertenece a la familia de las fabáceas, igual que las acacias, los mezquites o los huizaches. También los frijoles.  Su nombre “científico” es Lysiloma acapulcensis.

Las fabáceas (leguminosas) son bienvenidas por otras especies de plantas y por la tierra. Ellas ayudan a fijar el nitrógeno en el suelo para ser absorbido por plantas que la circundan. Ése es uno de los aportes del frijol en la milpa, por ejemplo. Y del Tepehuaje en el campo. Pero las fabáceas no pueden fijar el nitrógeno solas, y para ello, hacen comunidad con unas bacterias que se llaman rizobios. Los rizobios captan de la atmósfera el nitrógeno y lo descomponen en nitratos que ya pueden ser absorbidos por las plantas para formar proteínas. Rizobios y fabáceas se reconocen mutuamente y antes de establecer la relación se comunican a través de señales. Las raíces de las fabáceas secretarán flavonoides, y en respuesta, los rizobios emitirán “factores de nodulación” que a su vez, obtendrán una respuesta fisiológica de la fabácea: comenzarán a formarse nódulos en donde las bacterias fijarán el nitrógeno. La comunidad se echa a andar. Los rizobios entrarán a habitar el nódulo transportándose por los pelos radiculares.

A los lados, también se forman comunidades. Se construyen en el elemento sombra.

El Tepehuaje, como otros árboles, forman centros. Como las ceibas o los ahuehuetes o los baobabs. Forman espacios alrededor de ellos que animales, entre ellos lxs humanxs y nuestras prácticas y nuestras culturas y nuestras creencias, agradecen. Es la sombra, en un sentido. Los espacios se convierten en refugios o en puntos de encuentro. Estos árboles se vuelven marcas, topónimos, generadores de espacio-tiempo.

Hay un pueblo llamado Los Tepehuajes en Badiraguato, Sinaloa; otro en Tuzantla, Michoacán; en San Miguel Totolapan, Guerrero; en Malinalco, en el Estado de México (que se encuentra cerca de otro poblado que se llama Amate amarillo); en Cadereyta, Nuevo León; en San Miguel de Allende, Guanajuato...

Al crecer las ramas buscan siempre al sol. Al buscarlo, lo ocultan de quien merodeé abajo. En un radio de unas decenas de metros, a diferente hora del día, las sombras irán cambiando de posición y densidad, y con ellas, las criaturas que harán un circuito: Sombra =pausa = encuentro =comunidad.

La pregunta es si al Tepehuaje le da lo mismo que uno esté debajo de su sombra, o si por el contrario, algo le producirá nuestra compañía. Si el Tepehuaje da la bienvenida a las bromelias que se posan, o si le son molestas, si quisiera sacudir sus ramas hasta ahuyentarlas o si de alguna manera, las invita.

Cómo se llevará el Tepehuaje con el Cazahuate vecino, ¿se comunican o se ignoran?

La pregunta de I es importante: ¿saben los árboles cuando les damos un abrazo? Y también se nos revierte: ¿qué sentimos cuando abrazamos a un árbol? ¿Lo reconfortamos o solo nos reconforta a nosotros? Que otras especies sientan no quiere decir que nosotrxs sepamos cómo hacerlas sentir bien. Que se puedan comunicar no quiere decir que nosotrxs sabemos cómo comunicarnos con ellas.

Tendríamos que actuar como micorrizas.

¿Qué seríamos si nuestra sombra diera cobijo a otrxs seres? Si acudieran a nosotrxs en busca de resguardo y si además pudiéramos conectarlos con otras criaturas. Los árboles son un hub de vidas, un holobionte conector.

Sin duda, los árboles, y en general las plantas, están “conscientes” de la existencia de otras poblaciones con las que interactúan. No hay duda de que flores, frutos o espinas ayudan a repeler o atraer a criaturas diversas que se los comerán o no, y que ayudarán en algunos casos a polinizar el árbol, o a diseminar sus semillas. En muchísimos casos, las plantas y los insectos coevolucionaron para ser considerados una presencia atractiva para el otro.

Color, aroma, forma, sabor. Los árboles juegan con decenas de variables para atraer a otros seres o repeler a algunos más.

Una abeja busca una orquídea, y una humana un elote. Un murciélago encuentra un zapote.

 

Las acacias de la sabana africana (Acacia tortilis) son parientes de los Tepehuajes. Son fabáceas. De ellas se sabe que también dan una sombra muy codiciada y que se comunican entre ellas. Sabemos también que a las jirafas les gusta comer acacias, pero a ellas no les gusta que las jirafas coman sus hojas. Así que las acacias desprenden un gas (etileno) para evitar ser comidas cuando una jirafa llega a su encuentro. El mensaje llega a otras acacias cercanas y todas comienzan a reaccionar de la misma manera. Las jirafas tienen que ir a comer árboles a una distancia prudente y lo hacen yendo en la dirección contraria al viento.

A los elefantes les gusta también la sombra de las acacias, y a veces se las comen. También en África subsahariana habitan los Baobabs (Adansonia digitata), que son unos gigantes gordos con ramas que parecen raíces. Los elefantes a veces los dañan y a veces se los comen. Una vez comidos los frutos del baobab, los elefantes caminan y descargan su estómago. De la caca de elefante podrá salir otro Baobab. La caca de mamíferos es una buena forma de dispersar semillas de árboles y plantas. De dispersar diásporas, nombre sugerente que se le da a frutos y semillas en botánica. Aquí mismo, de la caca del cacomixtle saldrán árboles con frutos. De la caca de la zorra y del coyote y del murciélago también. También podrían salir árboles de la caca de lxs humanxs.

También hay Baobabs en Australia de una especie distinta, que llaman Boab (Adansonia gregorii). Y hay Baobabs en Madagascar. Ahí ya no hay muchos especímenes jóvenes que vayan a suplir a los viejos que terminan un ciclo de muchísimos años. Aunque durante un tiempo se creyó que los baobabs más viejos tenían 4 o 5 mil años, nuevos estudios han reducido su edad: tienen de mil a dos mil años. No es poca cosa.  Hace dos mil años Madagascar estaba poblado por muchos seres y por ningún humanx. Tal vez en ese momento, o poco después, nacieron los primeros baobabs que hoy siguen en pie en Madagascar. El problema es que llegaron los humanxs y acabaron con algunas especies de animales que dispersaban las semillas del Baobab en su caca. Los candidatos a ser los dispersadores de baobabs en los últimos pocos miles de años, y hoy extintos, son los lémures de los géneros Archaeolemur y Pachylemur, y la tortuga gigante Aldabrachelys. El Archaeolemur desapareció entre el año 1047 y el 1280. Antes, el Pachylemur desapareció entre el 680 y el 960. Muerto el lémur, se acaba el Baobab.

Los destinos no sólo están cruzados sino enmarañados de formas insospechadas. Nos cruzamos a diario con árboles y plantas e insectos y bichos raros que no tenemos idea a qué se dedican. Nunca les preguntamos. Es decir, nunca los observamos, es decir, verlos realmente. Son el paisaje. La escenografía. La fauna y flora de... En las fichas de animales y plantas que catalogamos sabremos si tienen “usos”. No preguntamos qué hacen, sino para qué sirven. En el matiz se encuentra unx con una barranca.

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Cerca del Tepehuaje, crece un Cazahuate. Es un árbol que crece torcido y jamás su rama etc. Su tronco es de color claro, tirándole a un amarillo crema, a un kaki, lleno de irregularidades y cicatrices. Sus troncos crecen de pronto hacia la derecha y se arrepienten y empiezan un giro a la izquierda. Al contrario de muchos de sus vecinos, el Cazahuate (Ipomoea murucoides) florea hacia finales de año, por ahí de noviembre. Sus flores son blancas. De las ramas del Cazahuate, otras ramas del Cazahuate crecen. Pero lo hacen de una manera peculiar. Si su tronco y ramas gruesas crecen contoneándose, las ramas nuevas crecen verticalmente sobre las antiguas. Así que modifican la imagen serpenteante del Cazahuate, o la complementan. Es una serpiente con astas, un caballo tendido, un alce con cuernos, agazapado.

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Le dice el árbol-caballo. Se monta en él y le pide que la lleve a otros lugares, lejos. La panza del Cazahuate se arrastra un tramo antes de que decida levantar el cuello. Hay otros animales junto, también árboles. Son una manada. Que se vayan a pasear, “pero regresen pronto”. Abraza al árbol de enfrente. Es una jacaranda chiquita. Se queda un rato.

Al pie de los Cazahuates, cuando está muy húmedo, o cuando el tronco yace ya un tanto podrido, se asoman unos hongos, Pleurotus ostreatus, conocidos como orejitas de cazahuate u hongos de cazahuate. En la Mixteca, al igual que en zonas de Morelos, muchas personas salen a su recolección. No es fácil verlos. Hasta que los ves. Ver es un acto caprichoso. Como cuando uno busca peyote entre gobernadoras en el desierto de San Luis. Una vez visto el primero, los otros emergen y brotan, en familias. Para encontrarlos es necesario buscar troncos de árboles caídos, tocones, o Cazahuates a punto de morir.

Los Pleurotus ostreatus son setas, es decir, la parte visible y carnosa de los hongos. Arriba, la seta; abajo, en la tierra, el micelio, formado por hifas. Juntxs, micelio y seta hacen al hongo que vemos y que luego, a veces, comemos. Desde la década de los años 70 esas setas se cultivan en México por humanxs, pero nadie en su sano juicio preferiría uno cultivado a uno que se alimenta de Cazahuate alicaído.

En México se producen 5 toneladas al día de Pleurotus ostreatus y es el primer comercializador de setas en América Latina. Estas setas se disputan el segundo lugar en gusto del público humanx, junto al famoso hongo Shiitake (Lentinus edodes), y solo después de los champiñones.

El Cazahuate, sin embargo, afecta a otras poblaciones no humanas relacionadas con las humanas: las vacas y las cabras. Al Cazahuate se le conoce también como Palo bobo o Palo bofo, y un ganadero de Zamora, Michoacán, explicó a un periódico local: “Estos árboles no sirven ni para la leña, ni traen un beneficio a la humanidad”. Y acto seguido, exigió al gobierno una avioneta para erradicarlos. Es probable que no le hayan dado la avioneta, y ya no hay ninguna nota que lo confirme, porque los gobiernos nunca dan lo que se les pide. Las vacas y cabras que comen muchas hojas de Cazahuate, se enferman y dejan de comer y pueden morir.

El Cazahuate cuando está en flor se transforma completamente. Las ramas rebozan hojas y flores, se extienden y caen con su carga haciendo un arco para que luego sus puntas puedan mirar al suelo. Es un “espectáculo”, es decir, es una imagen poderosa que llamaríamos estética. El Cazahuate es polinizado por murciélagos, aves e insectos. En el Estado de México se ha reportado como polinizadores al murciélago lengüilargo (Anoura geoffroyi), colibríes (familia Trochilidae) y a los abejorros carpinteros del género Xylocopa. El murciélago espera a que el Cazahuate esté en flor y lo visita casi exclusivamente a él, de noviembre a febrero, por las noches. Hay incluso reportes sobre sus horarios preferidos: de las 21 a las 24 hrs. Por su parte los colibríes, hacen visitas al Cazahuate durante el día. Comienzan muy temprano a las 6 de la mañana y terminarán su ronda hacia las 19 horas.

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Cuando recogemos hongos del Cazahuate estamos participando de un ciclo que empezó una noche con un murciélago. Una mañana con un colibrí. Apenas dejamos de recogerlos, a finales de septiembre, y en dos meses la flor de otros Cazahuates iniciará un ciclo nuevo. El murciélago ayuda a que nosotrxs  disfutemos de un hongo, un fruto no suyo, ni nuestro, ni de la lluvia, sino de todxs.

Cazahuate y Tepehuaje son unidades que no son unidades, organismos que no son organismos. Para verlos, es necesario verlos como —y en su— comunidad. En todos sus elementos y en toda su dimensión espacio temporal. Antes y después de nacer y morir. Su relato.

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La comunidad-de-organismos se resiste a la primera mirada, tal vez por nuestros sistemas de clasificación. Nuestra unidad conceptual es la especie y ella es especial por ser única, individual. Las poblaciones de la misma especie son la especie multiplicada, la suma de unidades, individuos. Las describimos como sistemas cerrados en función de su reproducción, o desde los clados, por su ancestro genético común.

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Un pariente “extraño” del Cazahuate, es el Camote (Ipomea batatas). Taxonómicamente ambos pertenecen a la familia Convolvulaceae y al género Ipomea.

Cuando lo pienso, cada vez que veo al Cazahuate lo imagino como un tubérculo gigante, un poco deforme, terroso, poroso. Pero es un imaginario forzado. O no. El Cazahuate y el Camote son parientes que no se frecuentan muy a menudo y que han buscado y elegido a lo largo del tiempo (y del espacio) otras familias. El Cazahuate desde esta perspectiva comunitaria es más pariente de los hongos Pleurotus ostreatus y del murciélago Anoura geoffroyi que le ayuda a reproducirse. Es más compañero del Tepehuaje que crece junto y del que aprovecha su relación con los rizobios. Los hongos, de hecho, serían parte de su genealogía. El Camote es más pariente de lxs humanxs que lo hemos domesticado y tiene su genealogía que es otra forma de taxonomía, según los maorís. Esta forma de clasificación, aunque representada también como un árbol, no es jerárquica sino que apela al parentesco no genético. 

El camote, el ñame y el taro (malanga) son tres tubérculos radiculares comestibles. Taxonómicamente están lejos el uno del otro. Pertenecen a familias y géneros distintos. Pero en la genealogía de los maorís de Nueva Zelanda (a la que llaman Aotearoa) los tres tubérculos son hermanos, hijos de Rongo o Rongo-ma-tame, quien tutela a plantas cultivadas, y quien a su vez, desciende de Rangi-nui (padre cielo) y Papa-tu-a-nuku (madre tierra).

Esta otra forma de hacer taxonomía tiene como base las relaciones entre distintas especies y parten de una narrativa en capas que llaman los maorís, whakapapa. En este ejercicio narrativo, no hay una separación entre el mundo espiritual y el físico, ni tampoco entre lo vivo y lo no vivo. El “orden” está dado por la superposición de capas que en última instancia fijan, sitúan, a los fenómenos y a sus relaciones en un marco espacio temporal. Sobra decir que en esta visión no está conceptualizada una división entre naturaleza y cultura. La genealogía hace parientes y visibiliza relaciones entre especies diversas y seres de distinta categoría ontológica.

 

El camote tiene su propia genealogía compleja, más allá de los maorís. En Aotearoa-Nueva Zelanda se llama kumara. Pero también en Perú se llama así una variedad de camote más seco que el apichu, que es dulce y jugoso. Kumara está presente y con el mismo nombre en el área andina y en polinesia y aunque se sigue que Ipomea batatas es de origen americano, no se sabe muy bien cómo llegó a polinesia y a Nueva Zelanda. Para complicar las cosas, un estudio genético realizado por la Universidad de Oxford llegó a la conclusión de que el camote viajó hacia polinesia hace unos 111,000 años (mucho antes de que lxs humanxs lo hicieran) sin ayuda, o por lo menos sin la ayuda de sus domesticadores históricos.

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Si unx ve desde esta posición al Tepehuaje, el Cazahuate se encuentra a unos cinco metros atrás, un poco a la izquierda. A unos 12 o 13 metros en línea recta, hay un Pochote. Una Ceiba, pues. En medio hay un llorasangre y una jacaranda pequeña, además de arbustos y bejucos.

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En la cuenca del Río Balsas (que corre desde el sur de Jalisco hasta el norte de Oaxaca, incluyendo porciones de Michoacán, Guerrero, Estado de México, Tlaxcala, Puebla y Morelos) se pueden encontrar cuatro especies de Ceibas: Ceiba pentandra, C. acuminata, C. parvifolia y C. aesculifolia.

Ceiba pentandra es en Guatemala el árbol “nacional”, y en Cuba es el árbol de Iroko.

Iroko habita la ceiba y también nuestrxs muertos. Todxs tus muertxs entre espinas gruesas dentro de una verticalidad casi perfecta. Iroko es a su vez un árbol, Milicia excelsa, que habita África. En el área maya cuatro ceibas crecen a en cada rumbo, y una más, al centro, comunicando los cielos con los inframundos. Las ceibas sostienen el cielo.

Nativa de América, o de América y África simultáneamente (según Herbert Baker), vive en tres continentes. Casi que donde crece la Ceiba, crecen con ella ritos y fuerzas. No en vano. La Ceiba, de la misma familia que los Baobabs (Malvaceae), es un ser amable e imponente a la vez. En Guatemala y Cuba no se talan las ceibas, y dicen, no les cae un rayo. Quien la habita es parte de su comunidad, como las aves, o las micorrizas, como sus polinizadores y depredadores. La ceiba es esto que es, con tus muertos y almas y ramas que sostienen cielos y espinas que son en verdad cerros.

En Tepoztlán crecen ceibas que más veces les dicen pochotes. En este poblado se confunden las sustancias de los cerros, los árboles y las casas. Pero también a la verticalidad casi histriónica del pochote se le cambia el eje y se vuelve entonces horizonte. Imaginemos un tronco espinoso de pochote: las espinas van para un lado o para otro, a la izquierda o al centro o la derecha. Ahora pensemos en un pochote seco o enfermo al que se le desprende parte de la corteza llena de espinas, y luego esa corteza se pone de manera horizontal, digamos, en una mesa. Las espinas ahora todas irán hacia arriba. Son cerros. Son los cerros de Tepoztlán.

Las espinas son talladas con navajas y otros utensilios para darle forma a casas. Don Elías lleva toda la vida haciendo estas casitas de pochote porque su padre le enseñó. Ya no quedan muchos talladores, y tampoco tantos pochotes. A veces, cuenta, tiene que pedir espinas a pueblos cercanos e incluso talla pochotes del estado de Guerrero. Lo curioso es que talla casas porque las espinas ya de por sí son los cerros, tienen ya su forma y color. Una forma, por cierto, muy particular de esa región de Morelos. En esta comunidad el árbol comparte la misma orografía que el lugar que a su vez contiene más árboles con esa orografía…

Las Ceibas en Guatemala son las productoras número uno de espacios comunitarios para lxs humanxs. La sombra de la Ceiba es hermosa, y guarece y aglutina. Protege. A la Ceiba le gusta crecer en terrenos desmontados por lxs humanxs donde encuentra menos competencia que en el bosque denso. También, como a lxs humanxs, le gusta habitar zonas templadas y cercanas a fuentes de agua, subterránea o no.  Estas razones han hecho que humanxs y Ceibas sean vecinos. Árboles y humanxs se benefician mutuamente y las plazas guatemaltecas con su Ceiba en realidad son producto, como dice Kit Anderson, de las relaciones árbol-humanx.

La sombra es sagrada y ahí pueden estar familias y crearse otras. Los árboles que veo desde aquí son una familia de familias que se comunican y nos comunican. La red de sombra acerca a los que habitan el aire con los que habitan el subsuelo y los acerca a quienes tenemos la dicha o desdicha de vivir en uno de los planos intermedios.

Escogemos familias más allá de la cladística y una taxonomía. Las comunidades del árbol superan a lxs humanxs por mucho, y tienen una relación propia que nos antecede. Pero como con las Ceibas, hemos encontrado en lo sobrenatural una forma linda de relacionarnos con esas comunidades y con el árbol en sí. Los espíritus son en un sentido, parte de las poblaciones no humanas que nos acompañan. Natural- sobrenatural es una división caprichosa al igual que la dicotomía cultura-naturaleza. Los espíritus hacen que esté prohibido cortar a las ceibas en algunos lugares, o que protejamos su sombra que nos protege. O que hace que veamos a un perro como un jaguar-que-fue y a ambos, en los sueños, como humanxs idénticos a nosotrxs.

Las familias y comunidades no niegan abruptamente los géneros taxonómicos, porque se preguntan otra cosa: no el origen en el tiempo [una línea], sino las relaciones en el espacio, en los espacios, pues, [muchas líneas no necesariamente rectas] y hacen visible, aunque sea momentáneamente, la interdependencia de muchos seres, vivos o no, animales o plantas u hongos, o sus sueños, o su caca, o sus espinas para construir un relato más entrañable.

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Las lluvias ya por fin cedieron. Pronto el Tepehuaje menguará su sombra y más plantas y flores crecerán a su alrededor. Las piedras comenzarán a florear, literalmente. El Cazahuate se prepara para echar flor blanca y ya lo visita, desde noviembre, el murciélago lengüilargo. La Ceiba, como si nada, se prepara para el frío que aquí también pega. Sus cerros en forma de espinas se endurecen. ¿Cómo los veo realmente? ¿Son compañerxs? ¿Cómo me podría comunicar con ellxs? I sabe sus nombres y los abraza. Quisiera tener las herramientas de la narrativa maorí, o por un instante ser una bromelia. Por un instante también, explorar nuevas relaciones e inventar taxonomías. Unas en donde los hongos sean hijos de un colibrí, donde el árbol sea pariente cercano de un espíritu que migra de hoja en hoja; en donde los cerros sean una ceiba acostada y nosotrxs parte de una comunidad donde los humanxs seamos simplemente un miembro de la familia. Intentar proyectar una sombra a la que acudan seres en búsqueda de comunidad, echar los pies tierra abajo y con las uñas formar conexiones. Al final, la presencia de estos árboles, y escuchar los relatos sobre ellxs, tal vez nos ayuden a vernos cada vez más como holobiontes, sin género ni especie.

Los árboles y sus comunidades rompen binarismos, y nos proponen nuevas formas de acercarnos a nuestrx propio relato más allá de nuestro tiempo y espacio.

 

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Bibliografía selecta:

 

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Descola, Philippe, Beyond nature and culture, The University of Chicago Press, 2013

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Artículos:

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